lunes, 27 de septiembre de 2010

Game Over

Sentada en el sofá de su habitación, la 231, más que una anciana parece un dios inca.

__ Estoy harta. Sólo veo una pared -dice.
__¿Te pido un televisor? Te lo traen en el momento.
__ No quiero ver la televisión.
__¿Y oír la radio?
__ No me interesa la radio.

Está muy enfadada. Tiene delante una sopa de fideos y un pescado a la plancha. Sólo se come el flan.

__¿No quieres nada más?
__ Otro flan.

Traen otro flan. Ella está más tranquila porque yo -el hijo agresivo, el de la voz recia-, ha recriminado, en su presencia, al personal sanitario por su presunta falta de atención

Se está haciendo tarde y comienza la despedida. La doy un beso. Incluso, creo que le hago una caricia desmañada.

En la calle, el calor de agosto es despiadado. En la acera de enfrente, hay un bar abierto. Dentro sólo está el camarero y un chiquillo que juega con una vieja máquina de "flipper"

__ ¿Me pone in gin-tonic?

El gin-tonic, tan frío, entra por la garganta como un alud de hielo, alcohol y burbujas. Miras el billete de AVE una vez más para comprobar la hora de salida del tren. El chiquillo ha terminado su partida y abandona el bar hacia el implacable calor de agosto.

S.

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viernes, 17 de septiembre de 2010

Tormenta de obscenidades

Varias personas, como Viky, Alberto, Igor, Carmen, y algunas pocas más, han preguntado sobre  la desaparición de esta "entrada" del blog. Ante esos pocos lectores, me disculpo. Escribí el texto "desaparecido" en la noche del jueves al viernes, cuando caía sobre Madrid una fuerte tormenta. A la mañana siguiente,  me arrepentí de su publicación porque, al leerlo de nuevo, me pareció  demasiado personal.

Finalmente, me decido a dejarlo como estaba, aunque pienso que tal vez no sea mala idea hacer uno de esos "blogs" privados, en los que sólo se entra por invitación, como en los peores garitos o en los cumpleaños de nuestros hijos.
Primera obscenidad

Este blog sólo dispone de una lectora. Se trata de Viky Frías.  No tengo el gusto de conocerla, ni sé apenas nada sobre ella. Creo que es, o fue, amiga de una mujer a la que quiero y admiro con una contumacia que a mi mismo me sorprende.
Así las cosas, la bitácora de este loro falso va tomando esa pátina de obscenidad que tienen las correspondencias privadas cuando se hacen públicas.
Y eso me gusta. Yo siempre se sido un loro obsceno. La obscenidad es mostrar lo que  debe estar oculto.  De toda la vida, me ha interesado lo oculto, lo escondido.

Un ejemplo: esta noche me ha despertado una violenta tormenta. Estaba lloviendo a mares sobre Madrid, y los relámpagos iluminaban la habitación como si nos estuvieran fotografiando con "flash". Nuestra perra se ha subido a la cama y nos ha mirado.  Si nosotros estamos tranquilos, ella está tranquila. Así que se ha hecho un hueco entre nosotros y ha seguido durmiendo.

Pero yo no. Yo me he venido al sofá del salón.  Sé que a un hermano mío le habrá despertado la misma tormenta, y puedo imaginar lo que ha pensado: "Mamá ya no está en su cuarto". Mi hermano, tan racional para otras cosas,  estará jodido esta noche de tormenta, imaginando cómo cae el  diluvio sobre la tumba de nuestra madre.  Esa pena suya me espanta el sueño.

Yo, en cambio, sentado frente al portátil, me sirvo una copa de rioja, cierro los ojos, y recuerdo las tormentas de mi infancia. Recuerdo que dormía abrazado a mi padre, sintiendo la irrepetible de felicidad de saberme protegido a su lado.  Pensaba en la fuerza del viento y de la lluvia recorriendo las calles, empapando la aldea, y cayendo sobre aquellos viejos trenes que recorrían España de noche. A veces, cuando el relámpago era muy luminoso, o el trueno hacía temblar los cristales de la ventana, mi padre me acariciaba el pelo y las mejillas. Si él estaba tranquilo, yo estaba tranquilo.

Supongo que mi hermano no podrá dormir esta noche. Yo tampoco. 
Contar esto, a los 50 y muchos años, es una obscenidad. Es, simplemente, contar las mismas cosas que les suceden a los demás, pero que los demás, por delicadeza y pudor, guardan para ellos mismos.
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Segunda obscenidad

Dice mi lectora - Viky Frías- que Barcelona es buena para emborracharse. Tiene razón. Barcelona es buena, incluso, para estar sobrio. Y no es sólo la ciudad. También es buena -bondadosa- la inmediata zona de El Maresme. Al menos, el Maresme que yo conocí hace 30 y pico de años, cuando unos de los primeros "locos" que se instalaron a vivir en Teiá fueron mis  añorados Lucho y Pepa.

Las dos semanas que, todos los años, pasábamos en Teiá fueron lo más parecido a la felicidad:  los chiquillos, el vino de Alella, las cenas frente al mar, las lecturas en el jardín, las interminables tertulias nocturnas.

Más de una vez lo hablé con Lucho. Nos gustaba la gente más joven que nosotros, gente con treinta, cuarenta años. Eran menos pretenciosos, menos dogmáticos y mucho menos sectarios de lo nosotros habíamos sido. Nos parecían más alegres, más inteligentes y, en muchos casos, mejor preparados que nosotros
Sin embargo, en ocasiones, nos decíamos: "Pero son raros: han bebido poco,  follan lo justo, y apenas salen de Europa".

(Cuando estábamos al otro lado del Atlántico, bebíamos cerveza, bourbon, o ron. En Barcelona, preferíamos la ginebra, el vino o el whisky . Manías.)

Un mañana de Nochebuena llamó Pepa: "Lo siento, Lucho ha muerto". Después fueron desapareciendo otros. Pronto lo haremos nosotros. (Seguramente habíamos bebido, follado y viajado más de lo conveniente). No es algo relevante, salvo en lo individual.

Cada quien tiene su vida. Ginebrita, tertulia y besos, restos de cigarrillo, y cenizas de lo amado.

Buen día.
S.





lunes, 13 de septiembre de 2010

Barcelona con ginebra

Supongo que un loro falso no puede estar callado mucho tiempo sin que sea descubierta su impostura. Lo mismo sucede, digo yo, con las madres, los hijos, los amores o los amigos. No sé explicarlo: en el silencio de algunas ciudades - un silencio de autos, teléfonos, y camareros serviciales- hay incomprensibles representaciones de lo que mas temo y de lo que más deseo.

Precisamente por eso, este loro que subscribe pensaba escribir hoy sobre Barcelona.  Otra vez sobre Barcelona. Es decir:  ginebra y ceniza. Los amores  y los muertos. La hondura de aquellos besos con sabor a ginebra, y las cenizas de personas amadas largamente.

¡Cuántos nombres propios tiene  Barcelona!

¡Ni hablar! Dice la cabeza. Hoy no hablamos de Barcelona aunque mañana tengamos los ojos puestos allí.

Bien. Sigamos, entonces, con los recuerdos y semblanzas de mis vecinos de infania. Me pongo a ello. Pero la escritura se empina y seguir en ella es tan fatigosos como subir a pico una cumbre más alta de lo que habíamos pensado. Siempre hay recuerdos que se alborotan cuando se ven  en peligro de ser contados. No hay modo de seguir.

En vista del fracaso, he pensado que lo que, de verdad, me pedía el cuerpo era escribir sobre nuestro propio piso familiar: el comedor, la cocina, el pasillo. Al fin y al cabo, ese piso nos pertenece ahora a nosotros, los hijos. Ya podemos escribir con las manos libres.

Escribes un primer párrafo. Lo borras. Escribes, de golpe, varias páginas. Y las borras también de golpe. Te pones una ginebra con hielo; y, después, otra. Y vuelves a escribir. Hasta que lo borras todo.

Más ginebra. Y, entonces, recuerdas lo escrito por tu dulce amiga: "me fío más de tus verdades cuando huelen a ginebra". 
Supongo que ahí está la clave de tantas ciudades: alguna verdad, con cenizas y ginebra. 




Sulleiro