domingo, 23 de octubre de 2011

Me duele el riñón de una soprano







Pa  nuestra  Silvestre,  adolorida
Siempre me he preguntado:  cuando la Santa Madre Iglesia canoniza a un santo o mártir, ¿son todas sus piezas igualmente santas? ¿Es santa la vesícula biliar? ¿Es santo, y por tanto, venerable, el escroto? ¿Son santos los úteros? ¿Y los pechos, los ombligos, la lengua?
Dicho de otra manera: ¿Pueden ser más santas unas más partes que otras? Tal vez no todas las partes de un individuo contribuyan de igual modo a la magna obra de la santidad.
Esa es creo, la diferencia entre la santidad y el amor. Nunca he visto ninguna reliquia que sea un frenillo, o un ovario. No todo lo santo tiene, al parecer, el mismo estatus. 
Creo que con lo amado sucede al contrario. A mí, por ejemplo, me duele hoy el riñón de una soprano. Me tomo sus calmantes, me remuevo, inquieto, en la cama. Y el caso es que lo prefiero así.  Si te duele un riñón ajeno es porque es, también, es un poco tuyo.
Besas sus uréteres de usted.
Un loro más falso que Rajoy

martes, 18 de octubre de 2011

De ofrendas, de poema, del as de corazones


Desde cierta distancia, pienso -con muchas dudas- en las palabras que, sin voluntad de hacer versos, nos dicen el poema que está pasando.

El Loro (falso) de Flaubert

domingo, 16 de octubre de 2011

Ese rumor de los cascos rozándose en el puerto quiero yo para mi último viaje


Hay quien tiene la cabeza a pájaros. Yo, muchos días, la tengo a barcos. Me sucede con frecuencia, tal vez por los años que estuve entre los buques.
¿Creeréis que lo que más me conmueve de la mar es el sonido de los buques abarloados en el muelle? ¿No os parece que ese rozarse de los barcos en el puerto es como la voz de los viajeros ignorados; la voz de gentes que, como nosotros, cruzaron la mar sin dejar huella?
(Ese rumor de los cascos rozándose en el puerto quiero yo para mi último viaje).
Algunas noches, pienso que los hombres, como los buques, se abarloan con otros hombres, para protegerse de las tempestades. Rozamos nuestros costados, nuestros cartas, nuestra memoria. Nos emparentamos en singladuras que son, a veces, el libro que estamos leyendo, o el relato de un taller, o los mensajes en un blog. Así es como hablamos sobre la oscura profundidad del agua bajo la quilla. Así escuchamos, supongo, el gemir de la madera que nos mantiene a flote.
Buenas noches a todos. Que ustedes descansen bien, al abrigo de tantas lluvias y tormentas como traerá el tiempo que se avecina.

El Loro (falso) de Falubert

Si no vas a escribir hoy, quítate la sudadera

Representación de Electra, en el Teatro Real de Madrid

Me desconcierta la música de R. Strauss. A veces, me conmueve. Otras veces, me deja frío. Eso es lo que tiene ser un discapacitado musical.

En el caso de Electra, me acojona la parte orquestal. Tal vez sea porque ya me asustó, en su momento, la obra de Sófocles. Sólo hablo de mí, pero no lo digo en broma: hay piezas musicales que me intimidan, como me intimida el odio. El odio que yo siento, quiero decir. El de los demás me daña de otra manera.

¿Qué coño sabía de nosotros este Strauss como para componer ciertas piezas?

Tal vez lo mismo que supo Chejov al escribir sus cuentos, o lo que supo Mozart cuando compuso el Così fan tutte.

Ya me jode ser tan vulgarmente humano y vulnerable.  Quisiera, como otros, ser un tipo singular. Pero, no; a mí también me asusta la música, y los cuentos de Chejov. También me alteran estas noches de otoño madrileño: con manifestaciones en la Puerta del Sol, y con Strauss en el Teatro Real.

Si este Loro (falso) fuera esa amiga (aún) que se pone una sudadera para escribir, hoy me quedaría desnudo para sentir de una puta vez el frío de todo lo que no entiendo.

El Loro (más falso que nunca) de Flaubert.


lunes, 10 de octubre de 2011

Si vas a escribir, ponte una sudadera



Tengo un amiga (todavía) que se pone una sudadera para escribir relatos. Dice que en su salón hace frío cuando abre las ventanas. Y, antes de que me rompa los dientes de un puñetazo, cosa que hará prontamente, he de compartir con ella algunas locuras del escribir.


Escribir con sudadera. O sin ella. El asunto es escribir solo, en silencio, sin reloj. Escribir al fondo, en lo escondido. ¿Te acuerdas de Kafka cuando  decía de su amante, Felice Bauer: "Mi bella amiga, que hasta entonces había dominado su ira, me arrebata la lámpara y me pregunta: ¿Sabes la hora qué es?"?

No miramos al reloj, ni siquiera a la memoria; sólo miramos a las palabras. Nosotros y las palabras nos elegimos entre dudas y agobios, incluso con angustia y gozo en ocasiones..

Olvidamos la hora de acostarnos. Hemos escrito, y vuelto a escribir. (Uno no quiere pensar, jamás, que escribir sea tener piedad con lo que existe).

Pero, ¿de dónde viene esta maldita frase que nos cierra el paso? Esa frase que da sentido al párrafo y que está ahí, frente a nosotros, sin que podamos leerla. Vemos los caracteres, lo signos, pero no la desciframos. Es la frase ilegible que incendiaría todo el texto.

Mi amiga abre las ventanas y se pone una sudadera. Esta noche, ella escribe. Y, pronto, me romperá los dientes, de un puñetazo bien dado, lleno de frases y razones.

El Loro (falso) de Flaubert

miércoles, 5 de octubre de 2011

Alguien está pintando mi barrio


Avenida de la Reina Victoria
Grabado de Alicia Martín Agua fuerte, agua tinta


Todos los días bajaba, de chiquillo, por la Avenida de la Reina Victoria hacia el colegio. Y siempre me detenía para ver la casa que hace esquina con la calle de Ibáñez Ibero. No sé por qué. Me gustaba aquella casa. Me gustaba sobre todo al atardecer, cuando comenzaban a encenderse las luces tras las ventanas. Tal vez esas luces me hicieran sentir alguna tibieza que no había en mi propia casa. Ya digo que no lo sé.

He pasado mil veces más frente a ese edificio. Pasé cuando murió mi padre en el Hospital de la Cruz Roja. Cuando nació mi primer hijo en la clínica Nuestra Señora de Loreto, cuando murió mi madre en la Residencia de la calle del Valle. Miles de veces. Y siempre miro la casa, y se lo cuento una y otra vez a mi mujer.

Un día, mi mujer dibujó la casa, grabó y estampó la plancha en ese ese inmenso tórculo que ocupa medio piso. Podéis ver el grabado al principio de este texto. Es uno de los muchos regalos hermosos de mi compañera. No me explico aún cómo pudo ver ella esa casa exactamente como yo la veo. Por eso comprendo a la anónima vecina que antes de pintar las calles de su infancia tiene que escribirlas, porque, yo creo, que sólo existe lo que podemos contar.

El Loro (falso) de Falubert

sábado, 1 de octubre de 2011

Toda música es espantosa

Pensando en Silvestre Torreón

Alguna vez quise explicar, sin éxito, lo que yo andaba buscando para un cuento que no supe terminar. Buscaba la emoción - el gesto, para ser exacto - del Poznysev, de Tolstoi, cuando escucha el "Presto" de la Sonata a Kreutzer. Es uno de esos momentos luminosos de Tolstoi. Fiesta en la casa. Al piano, la esposa; su amante la acompaña con el violín; y, al fondo, el marido envenenado por los celos queda atrapado por la belleza de la música.

__ ¡Qué emoción la de esa sonata! - dice Poznisev!-.

Y ese "Presto" es la parte más terrible. Sin embargo, toda la música es espantosa. ¿Qué es, pues, la música? ¿Por qué produce esos efectos? Se supone que emociona el alma conmoviéndola. ¡Que desvarío! ¡Qué engaño! (...) La música hace que me olvide de todo, de la misma situación en que me hallo y hasta de mí mismo; me hace creer en todo aquello que no creo y comprender lo que no comprendo, dándome un poder que no tengo”.

Lees el párrafo, escuchas la música, y sientes como si la cabeza largara sus anclas sobre un fondo de acordes y de frases, como si la música y los libros nos dieran ese poder que no tenemos, o esa vida que nos falta.

El Loro (falso) de Flaubert