martes, 23 de agosto de 2011

Bolero de agosto para un Rolls-Royce



No hay manera. Ya está aquí el insomnio. Es cosa, entonces, de tomar varias cervezas y dejar que la vigilia se haga cargo de la película. De ese modo, una imagen te lleva a otra, y a otra más y, al final, vuelves a ver el rostro de Eduardo Mallorquí y a recordar el aire fresco de los amaneceres de la calle Zurbano, cuando terminaba mi turno como guardia nocturno del garaje "Roncal".

Algunas noches, nos pillaba la madrugada fumando y charlando cuando Eduardo Mallorquí, María, o Simón, o el Truni, o Parra, o Goyo, se acercaban al garaje para hacerme compañía y vaciar juntos alguna botella de güisqui.

El trabajo del garaje tenía, como el insomnio y las borrachera, su propia liturgia.

Durante las primeras horas de la noche, venían los coches habituales, que yo aparcaba con juvenil destreza. De madrugada, solían llegar media docena de autos, casi siempre los mismos, que tocaban el claxon desde la calle para que yo subiera la rampa del garaje, y me hiciera  cargo de los vehículos, cuyos dueños estaban demasiado ebrios para embocar la entrada al aparcamiento. Muchos de ellos daban propina. Cualquier propina. Se echaban la mano al bolsillo y te daban diez, veinticinco, cincuenta o cien pesetas.

Alguna que otra noche llegaba un tipo pequeñito, con gafas de acero y un enorme coche americano. Dejaba el auto subido sobre  la acera, y junto con las llaves me daba propinas mil pesetas. Tenía un Cadillac blanco, y, cuando estaba muy bebido, olvidaba un revólver en la guantera.

Lo mejor del garaje era el whisky y el Rolls-Royce.

Era un  Rolls-Royce digno de una película de estreno. Bastaba sentarse sobre la piel de sus asientos para fantasear mil viajes. No siempre lo hice solo. De vez en cuando venía a visitarme Alicia M. (Aún me cuesta escribir su apellido. ¿Qué importará eso, si murió hace más de veinte años) Menuda, bonita, dulce, cuando Alicia M. venía al garaje, pasábamos la noche abrazados dentro del Rolls-Royce. Lo recuerdo ahora igual que se recuerda un gran viaje. Esto debe ser cosa del insomnio, que, cuando está bebido, suele dejarse el revólver en la guantera.

El Loro (falso) de Flaubert


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