A veces, quieres a un amigo, o a una amiga. Y esa amistad puede dejarte un rastro de amargura. Aún recuerdo una lejana sesión en el diván:
__ Usted sabía que Fulano era mentiroso.
__ Sí.
__ Usted sabía que Fulano estafaba a la gente.
__ Sí.
__ Y ahora se duele usted por haber sido víctima de sus mentiras y de sus estafas. ¿Es que se consideraba usted distinto a los demás?
Ahí estaba nuestra estúpida presunción: ser distinto de los otros.
Pero, en mi opinión, el deseo es otra cosa. Ya somos mayores. Hemos deseado y amado muchos cuerpos. Cuerpos de todo tipo y condición. Cuerpos que nos regalaron su propio placer y que aceptaron el nuestro. Cuerpos sin vergüenza, enteramente regalados.
Ni hubo un solo cuerpo que no dejara memoria de sus ternezas, ni soy capaz de encontrar reproche alguno a las horas de amor que ahora recuerdo.
El Loro (falso como Rajoy) de Flaubert
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