miércoles, 25 de agosto de 2010

Barcelona, siempre

Qué difícil me resulta escribir sobre lo mucho que  se puede amar a una ciudad. En la vida de cada uno de nosotros hay muchas ciudades: Murcia, Nueva York, Fez, El Cairo, Estambul, Palencia, Buenos Aires, Valparaíso, o  París.

Yo, por ejemplo,  amo a Barcelona. Y la amo, creo, desde hace treinta años. Siempre vuelvo a ella con el deseo de perderme por el Carrer de la Diputacio, de Balmes, de Aribau, del Consejo del Ciento, o de Mallorca.

Barcelona está llena  de amores, de amigos, de colegas, de camaradas, de calles, avenidas y plazas que  han sido la vida y la casa de muchos de nosotros. También está llena de cenizas, y de labios que saben a tabaco y a ginebra.

Mañana volveré a Barcelona.

S.

domingo, 8 de agosto de 2010

Vienen los Palacios

No se escucha ni un ruido en la planta del hospital. La cabeza de mi madre está inmóvil sobre la almohada y apenas se oye el rumor de su respiración bajo la mascarilla de oxígeno. Dentro de un rato llegará mi hermano Javier a relevarme. Me asomo al ventanal y veo como el sol abrasa la urbanización vecina, construida entre desmontes y descampados.

Y, entonces, me acuerdo de los Palacios y de la botella de coñac Napoleón.

La botella de coñac Napoleón estuvo muchos años intacta en el aparador de casa. En ciertas ocasiones señaladas, como en Navidades, alguien habló de abrir aquella botella, pero mi madre siempre se opuso: había que guardarla por si acaso recibíamos la visita de los Palacios.

__¿Y si vienen los Palacios? -decía mamá-, ¿qué vamos a ofrecerles?

Pasaron quince o veinte años, pero los Palacios no vinieron jamás a casa. 

Dejo de mirar por el ventanal porque mi hermano Javier acaba de entrar en la habitación. Viene sudoroso y cansado. Me dan ganas de preguntarle si él sabe quién demonios eran los Palacios, pero mi madre se ha despertado al oír el ruido de la puerta, y, apartando la mascarilla de oxígeno, pregunta:

__ ¿Me traen ya la merienda?


S.

Gente de casa

"Tú eres de casa". Eso decían en mi aldea cuando querían hacerte un gran cumplido.

Llamaba a la puerta una vecina. Y estaban mis tías afanándose en algún trabajo de la casa

__ Pasa, mujer, que estamos terminando de arreglar la cocina.

__ Déjalo, Puriña, ya volveré más tarde, que ahora estáis ocupadas.

__ No, mujer, entra, que tú eres de casa.

Me parecía a mi que "ser de casa" era más importante que ser de la familia, porque para los que son de casa no hay secretos ni "pan partido". Puertas abiertas y pan para todos.

Se lo dijeron a mi mujer hace ya cuarenta años:

__ Tía, ¿puedo coger una manta del armario?

__ Pero, ¡qué pregunta!, ¡tú eres de casa!

Con eso estaba dicho todo.

Es verdad que, algunas veces, sólo se decía por hacer un cumplido, por quedar bien. Pero a mí se me quedó grabado desde niño aquella forma de pensar las cosas. Tal vez por eso, llega un sábado caluroso de agosto, llaman a la puerta amigos muy queridos y uno piensa: "Son gente de casa".

S.