domingo, 3 de octubre de 2010

Me llamo Aurora

Para Aurora, con todo nuestro amor.

Recuerdo que, nada más despegar,  el avión viró majestuosamente hacia el Este.

Mientras el aparato ganaba altura,  vimos Manhattan bajo la luz violácea del atardecer. La ciudad, de noche, era de una belleza  sobrecogedora. Alicia me cogió la mano y no dijo nada. Teníamos apenas treinta años y volvíamos a Madrid tras dos largos años de ausencia.

Quedaban atrás muchas cosas: Estados Unidos, México, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua.... Pero no importaba, éramos muy jóvenes. Volveríamos.

El avión iba medio vacío, así que Alicia, Loli, Paco y y yo nos acomodamos al fondo del aparato, lejos de los demás viajeros. Paco había comprado en Nueva York varias botellas de un delicioso ron puertoriqueño.

Llevábamos dos horas volando -y bebiendo- sobre el Atlántico cuando se presentó ante nosotros una mujer de una belleza deslumbrante:

__ ¡Ya les vale! -dijo- ustedes se van a pasar toda la noche chingando con sus risas y sus cubatas. Pero, al menos, podrían invitar. Me llamo Aurora.

La invitamos, claro. Y, pasamos una noche estupenda. De madrugada, el avión comenzó a descender hacia las primeras luces de Madrid.

No hizo falta ni discutirlo. Aurora se instaló en casa con nosotros.

Han pasado treinta y pico años de amistad. Durante ese tiempo, ella se casó, tuvo dos hijos. Y sigue siendo una belleza. De otra manera, pero... ¡tan hermosa!

Los que fuimos muy jóvenes envejecemos velozmente,

Cuando Aurora viene a verme y me abraza -con esos abrazos en los que todo el cuerpo se entrega sin reservas-,  siento como si estuviéramos en un avión que virara lentamente, de noche, en el cielo de Manhattan.

El Sulle