viernes, 30 de septiembre de 2011

Anónimo de Espronceda

Nos hemos encontrado en nuestra común memoria del barrio. No sé quién es. Pero sé que que su tía y su abuela tuvieron tienda en la calle de Espronceda. Y sé, también, que anda escribiendo sobre su vida en nuestro barrio. ¡Cuánto daría por leer sus textos, o por escuchar sus recuerdos!

¡Cómo nos atrapan nuestras calles de infancia!

Anoche, de la mano de una dulce amiga, anduve tomando cervezas por el barrio: Ponzano, Maudes, María de Guzmán. Terminé malamente, de madrugada, bebiendo tequila en un bar desierto de la calle de Alonso Cano. Es curioso, nunca vuelvo a mi barrio en verano, Lo hago en otoño, en invierno. Cuando hace frío, me voy una y otra vez a pasear por las calles donde aún me parece ver a todos los que pusieron rostro a mi niñez.

Supongo que es una pasión enfermiza. Pero es la mía. Y no estoy solo. Hay alguien que también escribe. Alguien que tuvo casa y tienda en la calle de Espronceda.

El Loro (falso) de Flaubert

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Cuando incendiaron mi barrio

Lo que más me gustaba de mi barrio era la luz de gas de las farolas, y las tormentas de verano.

Las tormentas de verano limpiaban las aceras y el aire. Después de la lluvia y los relámpagos, todo era como un estreno para mi cuerpo de niño.

El farolero, con su mandilón gris, llegaba al final de la tarde para encender, con una vara larga, el gas de cada farola. Frente al portal de mi casa había una de ellas. Tardaban un tiempo en iluminar la calle. Su luz crecía según se iba oscureciendo el barrio.

Recuerdo las farolas abrasadas por el calor de agosto. Y las recuerdo chorreando agua tras la lluvia. Y cubiertas de nieve en invierno. Ellas fueron la luz blanca de mi infancia.

Un día regresé de un viaje muy largo y ya no estaban las farolas. En su lugar había unos postes encorvados que daban al barrio el color rojo amarillento de un incendio. Han pasado mucho tiempo y aún no puedo perdonarlo. Ni siquiera las tormentas de verano me consuelan de esa luz amarilla que sigue poniendo color de brasa a las aceras, a las esquinas y a las tapias del convento

(A veces, en invierno, vuelvo allí de noche, sólo para pisar la nieve de mis calles infantiles)

Mala cosa es la vejez cuando se ha perdido el sueño.

El Loro (falso) de Flaubert

lunes, 12 de septiembre de 2011

Ni frío, ni calor


Juro que jamás volveré a una subasta.

Para más información: Sonata a Kreutzer, de Tolstoi.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Tengo los labios distraídos y apenas visito otros vientres que el tuyo


Lo sé: la culpa es mía: tengo los labios distraídos y apenas visito otros vientres que el tuyo. Habrás de disculparme. Hace algún tiempo que no busco sabores descarados, ni noches de vino blanco y de ginebra.

No sabría explicarte esta tibieza. No es la edad. Ni el cansancio. Es otra cosa. Es algo raro, y extraño, que parece relacionado con lo impreso por otros amores en la memoria.

Ahora me fijo, un momento, en la oscura viveza de unos ojos que deshacen el hielo de un gin-tonic. Por un instante, veo brillar el pelo de una mujer hermosa. Sin embargo,  no está en el local aquel maître imponente que nos buscaba mesa hace años, ni el hombrecito astuto que nos recomendaba vinos blancos del Rhin, sabiendo que la cena corría a cargo de una bella italiana. ¿A quién podríamos contarle ahora aquellas noches? ¿Y por qué la necesidad de hacerlo?

El tiempo es otro. Un tiempo de mucho calor en las terrazas de los bares. Y, mientras traen otro gin-tonic, vas calculando a qué profundidad estará aquel barco hundido. ¿Qué importa eso? No lo sabes, aunque te imagines a ti mismo en los salones de ese buque tomando una copa, entre las algas y los peces, con la hermosa pasajera.

No estoy seguro, pero creo que van mis labios a tu vientre como si volvieran de un naufragio.

El Loro (falso) de Flaubert

jueves, 1 de septiembre de 2011

Bolero de agosto para alguien como tú

Agosto ha pasado como el viento del Sahara: nublando el horizonte y enrojeciendo los ojos.

Siempre pasa igual: aparentamos ser más recios de lo que en verdad somos. Menos mal que hay gente que, haciendo caso omiso de ello, se acerca a nosotros y canta, escribe, o pasea. Son gente admirable. Diríase que actúan como profesionales de la tormenta. Parecen inyectarnos una voluntad silícea en la médula de los huesos que nos sostienen.

Por ellos le hemos puesto un ritmo de bolero a este agosto, porque la ternura nunca nos pareció algo solemne. Al contrario, sólo nos pareció una sencilla forma de enlazarse, de bailar un triste mes de agosto en los dulces brazos del otro.

Pero, a la hora de buscar canción, en vez de un bolero, prefiero la voz de esta mujer de 21 años, que canta sobre alguien como tú.


Adele - ''Someone Like You''