sábado, 5 de noviembre de 2011

¡Qué vergüenza haber querido!

¿Y que fue de aquellas cabezas? ¿Y de aquellos corazones?
Llovió un poco -no mucho, la verdad- y se disolvieron igual que huyen esos manifestantes festivos cuando la policía desenvaina sus porras.
Ahora bien, ¿por qué llegamos a amar aquellas cabezas,  aún sabiendo, desde el principio, de su gran pequeñez? Probablemente, les quisimos entonces porque, en nuestra codicia, quisimos comprar afectos a precio de ganga; y, tal vez, porque nos urgía una mirada y la suya estaba de oferta. Pero también les amamos por la ternura que inspiran ciertas cosas.

No se puede explicar. Igual que no se puede explicar que el corazón tiene tantas esquinas como la ciudad en la que vivimos.
Y como los habitantes de cualquier ciudad, hay algunas personas que, tras su paso, sólo dejan algo limpio:  nuestra vergüenza por haberles querido.
Lo escribo hoy, en Madrid, pensando en Fernando, que murió ayer de madrugada. Pensando en tantos amigos como se nos han muerto, o han desaparecido, dejándonos esa íntima vergüenza, ese pudor escarnecido de nuestra vulnerabilidad.
Sulleiro


El loro (falso) de Flaubert

1 comentario:

  1. “La gran pequeñez”, qué buena paradoja en la que no se sabe si cuenta más el primer término o el segundo. Sí, eso es una cabeza.

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