viernes, 18 de febrero de 2011

Deja que me dé pena, vida mía

Dedicado, con todo afecto, al Fondo Monetario Internacional
La psiquiatra deja de tomar notas y pregunta:
__ Dígame, cuando llora usted al hablar de aquel viaje, ¿qué busca? ¿seducirme? ¿conmoverme?
__ Seducirla, supongo. Para conmoverla me basta con hacerla reír. Cuando la hago reír pierde usted el control. De sobra lo sabe usted: soy un tanguista vanidoso. Puedo sufrir lo que haga falta con tal de darle a usted pena. 
__ ¿Podría incluso mostrarse vulnerable?
__ Una amiga mía dice que cuando llora se siente desnuda y vulnerable. ¿Con qué fantaseábamos de niños? ¡Con estar desnudos! Con ver al otro desnudo, con que el otro te viera a ti desnudo. ¡Eso era ser vulnerable! Era ponerse al alcance del otro, y, decirle: mírame cuánto quieras, mírame dónde quieras. ¿No ha jugado usted nunca a “los médicos”?
__ Yo no soy la que se analiza aquí.

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Otra vez llegan torrentes de infancia que llenan la consulta, que desbordan el diván. La cabeza fluye a una velocidad infinitamente mayor que las palabras. Todo viene mezclado en el relato, como escombros en una riada. Dioses, vestidos o desnudos, estranguladores de Boston, crímenes improbables y gratuitos, deseos con trampa y pequeños tormentos de niño cabrón y miedoso.
De pronto, la psiquiatra se enfada:
__ ¡Usted siempre actúa igual!
__¡Vaya! y... ¿cómo actúo?
__ Se comporta como si todo lo que va a suceder fuera una improbabilidad matemáticamente signada.
Se produce un silencio de muerte en la consulta.
__ ¿Ha dicho usted que me comporto como si todo lo que va a suceder fuera una improbabilidad matemáticamente signada?
__ Sí. Eso he dicho.
Me incorporo en el diván. Miro de frente a los hermosos ojos de la loquera:
__ ¿Una improbabilidad matemáticamente signada? ¿Quiere usted decir que yo vuelvo ahora a mi casa y le digo a mi mujer: “¡Tranquila, cielo, que lo mío no es grave! Ni depresión ni trastorno bipolar. Ya no hace falta que tome valproato, ni paroxetina, ni distraneurine, ni nada de nada. Lo mío es, simplemente, una improbabilidad matemáticamente signada”? Fíjese: tantos años de médicos diciendo que estoy de la cabeza, además de no ser muy listo, y resulta que no, que sólo se trata de una improbabilidad matemáticamente signada.... ¿Cómo cree que se lo va a tomar?
__ Se lo ruego -dice la analista- no me haga usted reír. Sabe usted perfectamente lo que le estoy diciendo. No me haga reír, se lo ruego otra vez.
Pero se ríe. Se ríe cada vez más fuerte.
__ ¿Se ríe? Pues ya estamos los dos igual -le digo-. Ya estamos desnudos y vulnerables. ¿Quiere que juguemos a los médicos?
__¿Le gustaría hacerlo conmigo? ¿O lo dice sólo por darme pena?
Los dos dejamos de reír y nos colocamos en nuestro sitio. Es como si, de repente, mamá acabara de entrar en la consulta.
Sulle


2 comentarios:

  1. Qué torrente de palabras, si aún es mayor el de la mente, habrá una inundación neuronal en el mismo despacho de la psicoanalista.
    Lo más curioso es la dedicatoria: al FMI, ¿es por la desnudez? ¿o por la risa? En el fondo, solo debe haber ese Fondo, creo que lo abarca todo.

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  2. Pues imagínate eso 3 días por semana durante siete años. Nadie podrá decir que mi psicoanalista se ganaba fácilmente el sustento. Creo que ella tomaba más ansiolíticos que yo.

    Lo del FMI tiene que ver con la casi pontificia infalibilidad con la que algunos técnicos lo juzgan todo. ¿Quién no tiene un Rodrígo Rato en su vida?

    S.

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