jueves, 17 de febrero de 2011

Veintitrés de febrero, por ejemplo

Ocho de febrero. Veintiséis de agosto. Veinticuatro de marzo. Ocho de agosto. Catorce de febrero. Parece que envejecer es ir acumulando fechas cargadas de  significado.


Dos camiones se han llevado ayer lo que guardábamos en la casa de la infancia. Hemos pagado una fuerte suma para que unos operarios vaciaran la casa. Siempre te cuesta dinero que lleven algo tuyo, así sea el cuerpo de tu madre. Siempre que algo te duele, aparece un señor bien trajeado que te ofrece varios presupuestos.


La verdad es que la casa no está vacía del todo. Ha quedado allí una bolsa lona gris llena de huesos.


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Son los huesos que usé cuando estudiaba Medicina. No hace falta tener muchos conocimientos médicos para saber cuándo y porqué un cuerpo no quiere emborracharse. El cuerpo es astuto y recurre a todo: mareos, sudor frío, vómitos, vértigo, angustia. No hay que hacerle nunca caso. Son trucos para que que todo dure más. Una estafa. Debe uno imponerse al cuerpo y llevarlo bajo el volcán, quiera o no quiera.


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Veintitrés de febrero, por ejemplo. Muy cerca del volcán.

Lo contaré. ¡Vaya que lo contaré! (Feliz lugar: Aquí nunca me leen)

Y lo haré sin perdonar los más inconfesables detalles. Por ejemplo, diré que la noche en que cumplí treinta años era verdaderamente lujuriosa. Una de esas noches estrelladas de México D.F.

Tampoco dejaré de decir que, por entonces, yo tenía un precioso Chevrolet Malibú azul, comprado un año antes en Houston, una noche que llovía a mares. Me encantaba aquel coche: grande, suave, silencioso. ¿A qué no lo sabíais? ¿Veis? Con aquel coche recorrimos varios miles de kilómetros

Otra cosa que no sabéis: esa noche me escapé del periódico y
 fui a pasear por un jardín cercano. No había un alma. Era muy tarde. Me senté en un banco y fumé un montón de cigarrillos. Comenzó  a dolerme el pecho y pensé: "un infarto, me va a dar un infarto. ¡Tiene huevos! Morirme solo en una mierda de parque a quince mil kilómetros de casa".

Pero el dolor desapareció y regresé al periódico. Tampoco aquella noche quería el cuerpo emborracharse. Pero, entre todos, lo conseguimos a base de ron, cerveza y tequila. Y volví a casa de madrugada, rodando muy despacito por la Avenida Insurgentes con mi Malibú azul. Ni un coche. Nadie en las calles. Yo solo, borracho, en un coche suave y dulce como un pubis juvenil. 

Arriba, en el apartamento, esperaba mi mujer. Felicidades, dijo. Estaba hermosa como el maldito volcán de Lowry. Empezamos a follar justo al amanecer. Ella tenía el sexo dulce, poderoso y suave, como un gran Chevrolet azul.

S.

2 comentarios:

  1. Si esto tiene algo que ver con la realidad, deduzco que el 23F es tan conocido justo porque es tu cumpleaños. No es para menos. Muchas fechas se van haciendo importantes en la vida de los viejos, pero ninguna se recuerda tanto como la fecha en que uno/a vino al mundo en un Chevrolet azul. Es una manera elegante de venir, muy cinematográfica. Te felicito.

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  2. Precioso comentario.

    Sí. La historia es cierta. Cumplí treinta años en México D.F. Yo trabajaba allí de corresponsal. Y recuerdo casi todos los detalles de aquella tarde noche.

    También recuerdo la del año anterior, porque me tocó hacer la información del 23F. Es verdad, cuando nos hacemos viejos se nos llena la agenda de fechas importantes.

    Además, como es mi caso,si has tenido una larga vida de pareja, las fechas son compartidas y el lío es mayor. De fecha en fecha, hasta la derrota final. Gracias por la felicitación. S.

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