lunes, 5 de julio de 2010

¡Lagartona!


 En la foto, el autor de estas líneas, junto a Lolita y José Luis -los dos dos hijos de doña Amparo-. A la derecha, sujetando un abrigo, mi señora madre. Más a la derecha, unos compañeros de colegio.




__ ¡Lagartona!

__ ¡Una lagartona!

¡Dios mío! Pero, ¿Qué querían decir con eso de lagartona?

Escuché la palabra en la cocina de casa y me quedé desconcertado. Lo único que me pareció entender entonces es que las lagartonas tenían algo que ver con las gasolineras.

__ ¡Claro! Si fue esa lagartona de la gasolinera la que se llevó a mi marido -dijo doña Amparo.

Para empezar, yo no sabía, por entonces, que los maridos se llevasen y se trajesen. Yo veía que, en el edificio, la inmensa mayoría de los maridos iban solos al trabajo, al bar, y al fútbol; y a misa iban con sus mujeres y sus hijos. Viendo lo aburridos que eran los hombres de mi escalera, no me imaginaba cómo podría ser eso de que alguien se llevara un marido que ni siquiera era el suyo.

__¡Una lagartona! -dijo doña Amparo dándose una fuerte palmada en el muslo-, como te lo esto diciendo, Maruja.


__¡No hay derecho! -dijo mi madre-. Destrozar así una familia.

A mi no me parecía que doña Amparo estuviera muy destrozada. Debía de pesar unos 120 ó 130 kilos, y tal vez midiera algo menos de 1,70 mts. Es decir, destrozada, lo que se dice destrozada, por fuera no daba laimpresión. Lo que estaba era verdaderamente gorda. Pero no era de esas personas gordas, indolentes, inactivas. ¡Qué va! Doña Amparo tenía un cuerpo poderoso y una vitalidad envidiable: salía, entraba, reñía con todos los tenderos el barrio, y se pasaba las tardes en la Cafetería Calpe, de la calle Santa Engracia, merendando con sus amigas. Muy probablemente, doña Amparo debió de ser, en su juventud, aquello que se llamaba "mujer despampanante"


¿Y don Palmiro?
Pero... ¿a quién se había llevado aquella lagartona? Sí, ya sabemos que al marido de doña Amparo, pero es momento de saber, también, que se llamaba Palmiro y que era dueño de varias gasolineras.

Según los que le conocieron, don Palmiro era un hombre de talante pacífico, apocado en algunas cosas, y exhausto tras una veintena de años de matrimonio con aquella enorme doña Amparo, con la que tuvo dos hijos -Lolita y José Luis-  que resultaron tan grandes y lustrosos como la madre.


Nunca llegamos a conocer a la lagartona. ¡Se contaron tantas cosas! La versión más extendida por la comunidad de vecinos fue que la lagartona era una "muerta de hambre". Que un día se arrimó a la gasolinera de don Palmiro, y éste, viéndola afligida y desamparada, acudió en su auxilio, y que, así,  poco a poco, entre auxilio y auxilio, don Palmiro se fue a vivir con la lagartona.

Algunos vecinos, pocos ciertamente, decían que aquella muerta de hambre era esbelta y cariñosa, y que don Palmiro la quería mucho. Lo que es seguro es que don Palmiro cumplió más que generosamente con sus obligaciones familiares:

__ No, hija, no -decía doña Amparo-. Del dinero no me puedo quejar, que no nos falta de nada.

Como doña Amparo vivía en nuestro mismo piso, yo solía visitarla con frecuencia. Su trato era cariñoso, aunque no en exceso. A mí, lo que me impresionaba de la casa de doña Amparo su el monumental comedor. Un comedor abarrotado de muebles barrocos y macizos, en cuya enorme mesa central yacía un gran frutero blanco lleno de frutas de cerámica pintadas con vivísimos colores. El resto de la casa era como las nuestras: pobretona. Pero el comedor parecía un cripta para enterrar reyes.

De la casa también me impresionaba la mismísima doña Amparo. Tanto en invierno como en verano, ella me recibía con una combinación azul oscuro, a través de la cual se transparentaba el sujetador negro y las bragas del mismo color más grandes que yo haya visto nunca. No, no creo que la visión de aquel cuerpo tuvieran connotación sexual alguna: a mí, doña Amparo, con la combinación azul transparente, me parecía un cuerpo de ejército, una fuerza de ocupación.

Un cuerpo de ejército, en salto de cama
 Como muchos niños condenados a vagar durante horas por las escaleras de una casa, yo era, a qué negarlo, bastante imaginativo. Así que, tras un minucioso estudio del pasillo donde estaba la vivienda de doña Amparo, y conociendo al dedillo todas sus costumbres, ideé un plan que me hizo pasar deliciosos ratos de infancia.

La cosa era sencilla. Bastaba con llamar a la puerta de doña Amparo cuando uno oía, por ejemplo, pitar a la olla expréss. Después, salía corriendo como una bala y me escondía tras un pequeño retranqueo del pasillo. Doña Amparo abría la puerta, y extrañada de no ver a nadie, avanzaba hasta la mitad del pasillo para comprobar si había alguien en las escaleras. ¡Ése era el momento! Yo salía corriendo nuevamente, cerraba la puerta de doña Amparo y regresaba a mi escondite.

¡Qué inmenso placer sentía entonces!

__ ¡La puerta!, ¡la puerta!- gemía doña Amparo-. ¡Se me ha cerrado la puerta! ¡Y tengo la comida al fuego!

Pronto se iban concentrando vecinos en el descansillo para ver a doña Amparo, con su combinación azul transparente, dando gritos:

__¡Va explotar la olla express!

¡Qué alborotos aquellos! Hasta que se localizaba el portero, que abría la puerta y colaboraba en desactivar el peligro potencial de la olla express. Yo procuraba consolar a doña Amparo:

__¿Está usted mejor?

__¡Ay, hijo, qué susto! Anda, ven conmigo a casa, que no quiero estar sola.

Y allí se servía una copita de jerez, me ponía mi mano sobre su monumental pecho izquierdo y decía:

__¿No lo oyes? ¿No oyes el corazón? Si es que me va a explotar.

No creo exagerar si digo que aquel espectáculo se representaba, cuando menos, una vez a la semana.

En cien años, todos calvos
Don Palmiro no disfrutó demasiado tiempo de aquella largartona muerta de hambre. Al poco tiempo de irse a vivir con ella, un cáncer comenzó a destruirle lenta y cruelmente. Hasta los vecinos más adeptos a doña Amparo dijeron que la muerta de hambre cuidó de don Palmiro con una dedicación tan amorosa  como nadie pudo imaginar durante los muchos años que se prolongó la enfermedad.

Muerto don Palmiro, los abogados de doña Amparo se ensañaron con la lagartona. Consiguieron arrebatarle bienes, propiedades y la mayor parte de la pensión.

__¿No te parece que he hecho bien, Maruja? -preguntaba doña Amparo a mi madre.

__¡Naturalmente!, Amparo, tú tienes que defender tus derechos -decía mi madre.

Seguí viendo a doña Amparo durante muchos años al pasar por la cafetería "Calpe". Tenía dos preciosos perros  poomerania, que se subían a su regazo para que ella les diera un terrón de azúcar.

__¡José Mari! ¡Dáme un beso! ¡Que mayor estás!

__ Es que tengo treinta años.

__¡Hijo, ¡Cómo pasa el tiempo! ¡Ay, bribón,  más que bribón! ¡Cuántas picardias me hiciste de niño!

__¡Doña Amparo! ¡Picardias yp? ¿Cómo puede decir eso?

Y doña Amparo se volvía hacia sus amigas, entre los cafés con leche y las tortitas con nata, y decía:

__¡Menudo sinvergüenza! ¡La de veces que me hizo salir medio desnuda al pasillo!

Dos años después, al regresar de una corresponsalía en México, me dijeron que doña Amparo también había muerto.

S.

2 comentarios:

  1. Tío: me matas de risa y a la vez me matas de pena.Si hay que pagar se paga pero tú sigue escribiendo. Yo estoy dispuesta a pagar por una muerte tan buena.

    A.M.

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  2. Esta es la historia más divertida que he oído en mucho tiempo!!! creo que yo hubiera hecho lo mismo que tú, como mínimo..... hubiera añadido alguna maldad-travesura más; si se puede decir esto aquí, "acojonante" el Sulle de pequeño; la más gorda que lié yo fue tirar todos los huevos de la nevera, uno a uno, por la ventana, en la capota del coche de un vecino poco amable y bicho.... menos mal que nos íbamos de vacaciones en ese momento. En fin, estas cachondadas me hacen reir mucho.... mi padre era así también; a una tía mía en pleno hambre de la postguerra, siendo ella de una avaricioso y egoista brutal, la descubrieron un escondite de comida en "el sobrao", lo que sería una buhardilla de ahora, y la colocaron croquetas hechas de algodón... se quería morir del asco.... UN BESO SULLE LOURDES

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