Tengo un amiga (todavía) que se pone una sudadera para escribir relatos. Dice que en su salón hace frío cuando abre las ventanas. Y, antes de que me rompa los dientes de un puñetazo, cosa que hará prontamente, he de compartir con ella algunas locuras del escribir.
No miramos al reloj, ni siquiera a la memoria; sólo miramos a las palabras. Nosotros y las palabras nos elegimos entre dudas y agobios, incluso con angustia y gozo en ocasiones..
Olvidamos la hora de acostarnos. Hemos escrito, y vuelto a escribir. (Uno no quiere pensar, jamás, que escribir sea tener piedad con lo que existe).
Pero, ¿de dónde viene esta maldita frase que nos cierra el paso? Esa frase que da sentido al párrafo y que está ahí, frente a nosotros, sin que podamos leerla. Vemos los caracteres, lo signos, pero no la desciframos. Es la frase ilegible que incendiaría todo el texto .
Mi amiga abre las ventanas y se pone una sudadera. Esta noche, ella escribe. Y, pronto, me romperá los dientes, de un puñetazo bien dado, lleno de frases y razones.
El Loro (falso) de Flaubert
No imagino a dios mirando el reloj en los días de la creación:
ResponderEliminar“Separar la luz de las tinieblas me llevará tres horas; la creación de animales, cinco…” A imagen y semejanza, al escribir, la eternidad por delante.
Puede pedirle sopitas a algún amigo para entrar en calor.
ResponderEliminarNo creo que esa mujer -ni ninguna otra- necesite un amigo con sopitas para entrar en calor. Incluso, sospecho que sucede exactamente al revés. Pero no te fíes, no soy muy experto en sopas.
ResponderEliminarBueno, eso lo sabrá ella. Yo lo que sí sé es que no me fío de los gallegos.
ResponderEliminarSalud. Nos vemos en los bares.
Yo tampoco me fío los gallegos. Especialmente, si se apellidan Sulleiro. (Si yo te contara... bueno, mejor lo hablamos en los bares)
ResponderEliminarSalud y cerveza.