miércoles, 21 de septiembre de 2011

Cuando incendiaron mi barrio

Lo que más me gustaba de mi barrio era la luz de gas de las farolas, y las tormentas de verano.

Las tormentas de verano limpiaban las aceras y el aire. Después de la lluvia y los relámpagos, todo era como un estreno para mi cuerpo de niño.

El farolero, con su mandilón gris, llegaba al final de la tarde para encender, con una vara larga, el gas de cada farola. Frente al portal de mi casa había una de ellas. Tardaban un tiempo en iluminar la calle. Su luz crecía según se iba oscureciendo el barrio.

Recuerdo las farolas abrasadas por el calor de agosto. Y las recuerdo chorreando agua tras la lluvia. Y cubiertas de nieve en invierno. Ellas fueron la luz blanca de mi infancia.

Un día regresé de un viaje muy largo y ya no estaban las farolas. En su lugar había unos postes encorvados que daban al barrio el color rojo amarillento de un incendio. Han pasado mucho tiempo y aún no puedo perdonarlo. Ni siquiera las tormentas de verano me consuelan de esa luz amarilla que sigue poniendo color de brasa a las aceras, a las esquinas y a las tapias del convento

(A veces, en invierno, vuelvo allí de noche, sólo para pisar la nieve de mis calles infantiles)

Mala cosa es la vejez cuando se ha perdido el sueño.

El Loro (falso) de Flaubert

3 comentarios:

  1. Sin las farolas de gas faltaría un capítulo al Principito y nadie nos habría dicho que existen otros mundos donde los días y las noches no duran lo mismo que aquí. Sin los sueños, faltaría luz sobre la infancia y demás edades.
    Los faroleros del mandil gris deben ser ahora los bomberos que arrojan agua sobre las llamas para que los bosques no mueran del todo en los incendios. Y es que las ciudades se han ido a vivir al campo.

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  2. Un tren nos devolvía a Madrid por la estación del Norte después de una año fuera por la muerte de mi madre.
    Me encontraba con una ciudad anaranjada por el alumbrado y acrecentado por el reflejo del suelo mojado por la lluvia. Según iba llegando a mi querido barrio rogaba a Dios de que los cambios no hubieses llegado hasta él.
    Yo tenía la necesidad desde mis 9 años que todo siguiera igual, de que no me quitaran mas pedazos de mi corta vida ya rota. Que mi abuela y mi tia siguieran en mi casa y que mi tienda abierta a la calle Espronceda tuviera las mismas vistas del barrio.
    Aquella tarde de Marzo con el nuevo alumbrado se me cerró una etapa de mi vida y empece otra.

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  3. ¡Cuánto daría por leer lo que tú has escrito!

    No me dejes en la incertidumbre. losproscritos arroba gmail.com.

    Un abrazo enorme de este Loro (falso)

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