lunes, 29 de agosto de 2011

Bolero de agosto para una cadera rescatada

Yo estaba esperando a que se pusiera en verde el semáforo, cuando ella se bajó del taxi en la esquina de General Perón con la calle Orense.  Me miró y dijo:

__ Perdona, tú y yo nos conocemos.

__ Sí; tú eres Carmen A.

__ ¡Y tú el S.!

Ninguno de los dos tenía prisa, y nos fuimos a comer a un restaurante cercano.

¿Treinta años desde nuestro último encuentro? Más o menos. Por entonces, ella era una de las mujeres más bellas que andaban por el las fiestas de prensa, por el Ateneo, por el teatro.

Al terminar la comida, me coge la mano y dice:

__ No lo tomes a mal, pero, tú y yo... estuvimos juntos un tiempo, ¿verdad? Quiero decir que nos acostamos algunas veces.

__ Pues, sí. Creo recordar que sí.

("Creo que sí! qué vergonzante hipocresía. ¡Cómo iba a olvidar yo aquel cuerpo espléndido, aquellas caderas prodigiosas, aquellos mimos exquisitos! Se ve, en cambio, que como amante yo no debí dejar huella fiable)

__ Sí, claro que sí. Al verte ahora me acuerdo muy bien. Eras divertido. Me reí mucho contigo.

Entonces, sí; entonces apartas la cuenta -dos menús del día- y le das un beso largo en los labios, que  aún saben a pastel de fresa.

El loro (falso) de Flaubert

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