miércoles, 9 de febrero de 2011

Recuerdos del nueve y diez de febrero (1978)

Treinta y tres años después de todo aquello, 
escribo estas líneas para Alicia, 
mi mujer; y las escribo en  esta fecha 
a través de otras fechas.

Sucedió por estos días hace más de treinta años.

Apenas recuerdo nada de lo que sucedió. Por más que hurgo en la memoria, no encuentro más que imágenes sueltas, como si todo procediera de en un álbum roto.

Recuerdo la rojiza silueta del hospital sobre el azul del cielo nocturno. Recuerdo haber golpeado con furia una papelera grande y marrón que estaba en la puerta del depósito de cadáveres. Y veo a mi hermano mayor salir del depósito con los ojos llenos de lágrimas. Más tarde supe lo que le dijo a nuestro padre muerto:

__ ¿Cómo has podido hacernos esto?


Imágenes sueltas. Mi mujer -¡tan joven! ¡tan bonita!- paseó conmigo toda la noche por los alrededores del hospital. Aunque era un ocho de febrero, hacia una noche casi de primavera. Lo recuerdo como si fuera hoy: al amanecer, mi mujer me besó las manos y yo seguía sin poder hablar.

Sé que después hubo tanatorios,  y misas, pero nada de ello ha quedado en mi memoria. Nada: recuerdos deslavazados, imágenes incompletas, fotos rotas.

Sí me acuerdo del entierro. Estaba lloviendo. Y,  al caer,  las gotas de lluvia resonaban sobre el ataúd.  Mi tío Ángel, tan frío siempre - impermeable crema, traje gris, corbata negra- me tomó por los hombros y me acarició por primer y última vez en mi vida, Al otro lado de la sepultura, bajo los paraguas, estaban mis compañeros de la revista Interviú, donde yo trabajaba.


Bajaron el féretro -¡estaba mi padre dentro!-, y llenaron con tierra la sepultura. Era mediodía. Olía a lluvia,  a tierra mojada y a flores.  Nos fuímos y dejamos a mi padre allí.  Mi mujer me tomó de la mano, y, sin que lo supiéramos entonces, comenzamos una vida nueva: la nuestra.

Sulle

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