jueves, 1 de julio de 2010

Sigue la venta en un loro falso

Justo al comenzar las obras en Los Proscritos, me había dado por lanzarme a escribir una serie recuerdos sobre mis vecinos de infancia. No son relatos, ni cuentos, ni nada que se le parezca. Se trata de simples recuerdos que he guardado mucho tiempo sobre aquella gente que compartió conmigo escaleras, patio, ascensor y muchas otras cosas hace ya casi medio siglo.

Llega un momento en que uno tiene la sensación -nada literaria- de que queda poca vida. Y, entonces, le urge dejar escritas algunas cosas. Son cosas bien pequeñas. Cosas de chiquillo.

Me crié en un edificio de seis plantas, donde se incrustaban como podían sesenta y cinco familias, incluída la del portero.

No creo que me de el talento para hablar de tantos y tantos vecinos. En Los Proscritos dejé la historia de don Ángel, el hombre alcohólico que tocaba el acordeón, en defensa propia, encerrado en el chiscón de su terraza.

También os conté algo sobre Angelita. Hoy le toca a la Gran Doña Nati.

Si alguién acredita haber leído al menos uno de los textos, yo pago la cerveza.

Sulleiro

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