domingo, 11 de julio de 2010

¿La última, me hace el favor?


Eso peguntaba mi abuela cuando entrábamos en la carnicería:

__ ¿La última, me hace el favor?

__ Aquella señora de allí, la del pañuelo negro -contestaba alguien.

Entonces, mi abuela me decía:

__ Niño, guarda tú “la vez”, mientras, me acerco yo a por dos pistolas.

Es como si el barrio aún estuviera en guerra. Pero no, la guerra ya la habíamos perdido; entonces, la cosa consistía en no perder "la vez", el turno, en la carnicería, mientras la abuela se hacía con dos "pistolas" de pan para matar el hambre del día.

En mi barrio había dos opciones para cada cosa. Dos carnicerías, dos panaderías, dos lecherías, y dos tabernas. Siempre dos bandos. Comprar en una tienda o en otra nos delataba, nos alineaba en un grupo o en otro.  Algunas familias, como la mía,  hacíamos inauditos ejercicios para no comprometernos. Muchas veces, adquiríamos "cuarto y mitad" de un producto en cada sitio. Si los precios era muy diferentes, comprábamos mitad de cuarto en la tienda cara y cuarto y mitad en la tienda más barata. 

Lo de los carniceros, por ejemplo,  era muy delicado. Según se decía, uno de los carniceros de mi barrio traicionó a muchos republicanos. Su mostrador  era como una mesa de autopsias. Cortaba la carne con precisión y energía, quebrando vértebras y costillas de un sólo golpe. Yo, mientras aguardaba la vez, le miraba manejar aquel enorme cuchillo, y pensaba: "denunció a todos los rojos del barrio". Gastaba bromas subidas de tono a las clientas y parecía un hombre verdaderamente satisfecho

Mi abuela conocía bien los trucos. Compraba piezas muy pequeñas y modestas en la carnicería cara y, después, dando la vuelta a la calle, adquiría algunos filetes en la carnicería más humilde..

Lo mismo pasaba con los ultramarinos -colmados-. En la tienda de "Alcubilla", los dependientes eran untuosos y  llevaban corbata. El establecimientos estaba iluminado con luces fluorescentes y el mismo señor Alcubilla salía a despedir a los clientes hasta la puerta de la tienda.

Cien metros más arriba,  los "Ultramarinos Horcajada" eran mucho más baratos. El establecimiento estaba alumbrados por bombillas de poca potencia, y los productos eran, creo, de inferior calidad. 

La compra de cada día era, para nosotros -los chiquillos-, un curso completo de diplomacia, nutrición y supervivencia. Un curso que todos los días comenzaba con aquella frase:

__La última, me hace el favor?


S.

3 comentarios:

  1. Me gusta mucho este texto, con palabras llenas de dobles intenciones, como corresponde a los dos bandos. Y tan real como la vida misma.
    Qué buena definición la de la mesa de la carnicería como una mesa de autopsias.

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  2. Mi querido loro falso,

    ¡Qué extrañas coincidencias tiene esta vida! ¡Y qué alegres discrepancias entre amor y guerra!

    Lo mismito pregunta uno cuando quiere (porque dar más no puede) abandonar una orgía vecinal:

    -¿La última, me hace el favor?

    Pero aunque la respuesta es idéntica a la que se da en la carnicería del barrio, en la orgía se da además la circunstancia de que levanta la mano libre, no una sola vecina, sino tres o cuatro que gritan al unísono:

    -¡Servidora!

    Y de ahí viene la falsa leyenda de que la voluntariedad se prodiga más (y mejor) en el amor que en la guerra.

    Con el ala recta en la sien derecha y en posición de firmes, queda a tus órdenes (si las gritas),

    el loro sordo

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  3. ¿La ultima, me hace el favor?.
    Coincidencias del destino. Hace tres meses que escribo vivencias de mi niñez, de mi barrio, de esa vida de antes que se vivia entre vecinos.
    No se quien eres, pero tu texto es parte de mi historia o la mia de la tuya, que estoy recordando y que no quiero olvidarla.
    También de mi abuela, de Horcajada y de otros tantos de nuestro barrio. De esas vidas paralelas, separadas y vueltas a unir por un texto, por la casualidad, por el destino...

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