sábado, 8 de enero de 2011

Sólo para tus ojos

Durante muchos años -probablemente demasiados- escribí para periódicos y revistas de gran tirada. Más de una vez me sucedió, en algún avión, que el pasajero del asiento contiguo estuviera leyendo un reportaje mío.  La verdad es que, por aquél tiempo, no me interesaban gran cosa esas grandes audiencias. Lo que, de verdad, me importaba era ganar buenos sueldos y pisar la noticia a los competidores.

Creo que, en general, yo escribía aceptablemente bien; al menos, nunca me recriminaron por lo contrario. Y no me angustiaba  a la hora de redactar y entregar la crónica. Contaba las cosas con esmero, ponía afecto en la sintaxis, y buscaba siempre la mayor sencillez posible. Pero, a la vez, estaba deseando terminar para ir de cenas y copas con los amigos del periódico.

Al fin y al cabo, dos días después de su realización, la inmensa mayoría del material impreso no sirve para nada.

 (Esto último no es del todo cierto. En realidad hay miles de recortes -¡qué archipiélagos de tristeza!- que lo momentáneos triunfadores guardan en un álbum , o que los padres tienen sobre lo que dijo la prensa acerca de su hijo desaparecido, o muerto en un accidente) (Pasa una semana, un mes, un año, dos años, y las familias te siguen llamando para contarte las últimas "novedades" sobre lo ya nunca volverá a ser noticia).

Escribir en periódicos muy leídos tiene servidumbres muy antipáticas. Por ejemplo, que cuando te equivocas, o escribes una tontería, se entera todo el mundo. Y entonces recibes docenas de cartas cuyos respectivos autores no albergan duda alguna sobre tu probada incompetencia. En cierta ocasión, en un reportaje sobre caza, escribí que los "perros piafan" antes de su suelta. Pues bien: 176 personas se sintieron en la ineludible obligación de escribir al periódico para dejar constancia de que piafar, lo que se dice piafar, sólo piafan los caballos... y, probablemente, el periodista que firmaba el reportaje. Tal vez tuvieran  razón los lectores, pese a mi encendida defensa de la metáfora.

Ademas de las quejas de los lectores, en mis primeros diez años de oficio periodístico alcancé la nada despreciable cifra de una docena de detenciones, treinta  procesos civiles y dos consejos de guerra.

¿Adónde voy con todo esto? Pues.. a ningún sitio. Me apetece escribir justo al contrario de cómo debe hacerlo un periodista -ya no lo soy-. He comenzado este texto por lo menos importante: por un irrelevante recuerdo de hace quince, veinte años. He continuado, después, por la trama de anécdotas que sustenta -en muy precario equilibrio- el armazón del texto.

Y, ahora, viene lo que, de verdad, quería decir.

Si hace algunos años, en periódicos y revistas que tenían millones de lectores, yo escribía con buen oficio, pero con desahogo profesional, ¿por qué ahora pongo tanto mimo en la entrada de un blog que apenas leen cien personas?

Pues... precisamente por eso, supongo.  Porque son pocas personas, y no se han encontrado mi texto en  cualquiera de los miles de kioscos que hay en el país, sino que lo han buscado aquí, en un lugar mínimo, el más pequeño. Un lugar donde Viky y este servidor iban de Lacan a Sor Juana Inés de la Cruz, en la entrada anterior.

Dijo, finalmente,  Viky "admito que uno/una se puede dejar llevar de la ilusión, es más rentable".


Justamente por esa ilusión, aún rentable, me apetecía escribir un texto contrario a las normas.  Un texto que debiera de haber comenzado así: me gusta escribir para pocas personas; escribir para los nuestros: o sólo para tus ojos.


Sulleiro

1 comentario:

  1. Creo que ahora escribes con pasión porque esto ya no es un oficio, porque, como decía León Felipe:
    “Para enterrar a los muertos
    como debemos
    cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.”
    Y tú, Sulle, has dejado de ser sepulturero.

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