lunes, 6 de julio de 2009

Una cosa triste e inmerecida




Entonces lo vi. Agachado en lo alto de un armario había otro loro. También de color verde intenso. Y también, según dijeron tanto la gardienne como la etiqueta de su percha, era el mismís, era el mismísimo loro que Falubert pidió prestado al Museo de Rouen para escribir Un coeur simple. Pedí permiso para bajar de allá arriba esre segundo Loulou, lo posé con todo cuidado encima de una vitrina, y le quité la campana de cristal.

¿Cómo se establece una comparación entre dos loros, uno de ellos idealizado ya por la memoria y la metáfora, y el otro apenas un chillón intruso? Mi reacción inicial fue pensar que el segundo era menos auténtico que el primero, sobre todo porque su aspecto era más bonachón. La cabeza estaba situada en un ángulo más recto en relación con el cuerpo; y su expresión no era tan irritante como la del pájaro del Hôtel-Dieu. Luego comprendí que este razonamiento era falaz: Flaubert, al fin y al cabo, no pudo elegir entre varios loros; e incluso este segundo loro, que parecía un compañero más tranquilo, podía perfectamente ponerte nervioso a cabo de un par de semanas.

(...) Volví a dejar el pájaro en su sitio y pensé: tengo más edad de la que Flaubert jamás llegó a tener. Parecía una presuntuosidad; una cosa triste e inmerecida.

(De El Loro de Flaubert, Julian Barnes. Compactos Anagrama, pp 13-27)

No hay comentarios:

Publicar un comentario