lunes, 1 de agosto de 2011

Recuerdos de un loro falso

Esta tarde he visto una foto suya, y me han venido a la cabeza docenas de recuerdos. Hablo de  (Fernando) Fredy, uno de los fotógrafos que compartió, durante años, muchos de mis viajes profesionales. Alguien debiera escribir un libro sobre aquella gente y sobre su trabajo. Un libro sobre Germán, sobre Freddy, sobre César Lucas,  sobre Raúl Cancio, sobre Carlos Corcho.... ¡Qué grandes fotógrafos! ¡Qué excelentes periodistas!

Fredy era, sencillamente, un genio. Creo, además -aunque nunca se aclaró el asunto-, que me salvó la vida en una ocasión.

Fernando conocía  a todo el mundo; y todo el mundo conocía a Fernando. Un día llegamos, muy de madrugada, al aeropuerto de Lima. No había un alma en las instalaciones, salvo unos somnolientos policías de aduanas que nos sellaron con desgana el pasaporte. Nosotros éramos los dos únicos pasajeros que hacían escala en un vuelo  hacia USA. Nada más salir al desierto hall del aeropuerto, escuchamos una voz poderosa:

__ ¡Carajo! ¡Freddy! ¿Qué haces tú aquí?

Así fue: la única persona que estaba en el hall del aeropuerto de Lima en plena madrugada... ¡conocía a Fernando! A partir de ese momento, todo fue un delirio de tugurios, fiestas, casas, jardines, hoteles, peripecias que darían para escribir docenas de páginas.

En otra ocasión teníamos que hacer un viaje "delicado" a Chile en plena represión de Pinochet. Yo me haría  pasar por un agente de turismo, pero mi indumentaria era por entonces bastante descuidada, así que Freddy me llevó a las mejores tiendas de Madrid -excuso decir que en todos los sitios salía el dueño a saludarle-. Fernando me deslumbró con sus conocimientos sobre ropas, telas, y modas. En dos días, Freddy  me convirtió en un tipo nuevo.

Ocho horas antes de que saliera el vuelo para Santiago de Chile, llamé a Freddy para citarme con él.

__ ¿Freddy? No tengo ni idea de dónde está -me dijo su mujer-. Hace cuatro días que no viene por casa.

__ Pero, ¿ha ido muy lejos?

__ No creo, porque salió de casa en zapatillas. Bajó con Pepe para abrirle el portal, y aún no ha vuelto.

Media hora antes de que se cerrara el embarque para nuestro vuelo, apareció Freddy en el aeropuerto. Yo estaba tan furioso que quería pegarle, pero me calló la boca con un beso tan dulce que no supe seguir regañándole.

Nadie podía con Freddy. Ni siquiera el Rey. Durante un encuentro muy informal con el Rey en un viaje a Japón, Freddy le preguntó a Juan Carlos: "Majestad: ¿usted no nota que nos ponen algo en la comida? Es que a mi no se me empina desde que estamos aquí".

Jamás te aburrías con Freddy. Creo que me tenía afecto, pero nunca me valoró mucho, ni me tuvo muy en cuenta. Supongo que yo le parecía un jovencito osado, con muchas ínfulas, que escribía bien pero que no sabía nada de la vida. Y así era, sin duda. Freddy sabía mucho más que yo de periodismo, de la vida, y de defensa propia:

__ Sulle: coge un banqueta - me dijo en el bar de un prostíbulo de Rota-

__ Estoy bien de pie.

__ ¡Es para pelearnos, gilipollas!

Si no es por la banqueta, me hubieran roto la crisma con una botella.

Su madre, una mujer hermosísima, murió de cáncer a los cincuenta años. Fredy se entristeció como yo nunca le había visto. Nos fuimos de viaje a Cádiz. Y nos emborrachamos mucho en la habitación del hotel. Hablamos de su madre. Y del velatorio.

__ Me quedé a solas con ella -dijo.

__ ¿Y qué pasó?

__ Nada. Jugamos a las cartas toda la noche.

__ ¿Con tu madre?

__ Sí, claro.

__ ¿De dónde sacaste la baraja?

__ La hice recortando páginas de un periódico.

Una sola foto hecha por Fernando me ha llenado de recuerdos. Ya los sé: son batallitas de abuelo Cebolleta. Lo más digno que podría hacer un periodista viejo y borrachín es callarse estas cosas. Pero no me da la gana, porque yo nunca he tenido la inmaculada dignidad de Freddy. Eso es lo bueno de ser un loro: podemos hablar sin que nadie tome en cuenta lo que dices.

El Loro falso de Flaubert

1 comentario:

  1. Estamos formados por materiales de desecho. Los recuerdos de los compañeros que nos enseñaron algo son los ladrillos que nos constituyen, junto con los libros leídos, las películas vistas, los amores compartidos… ¡Qué viejos somos, tan viejos como el mundo!

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