domingo, 16 de enero de 2011

Y... ¿A qué te saben las palabras?

Al principio del psicoanálisis, aquel tipo soberbio guardó silencio durante varias semanas. Después, comenzó a tantear algunas frases y a llorar sin saber muy bien el motivo de tanta lágrima.

__  ¿Cree usted que el silencio le va a proteger? -preguntaba  su analista.

__ No lo sé. Ya se lo he dicho: estoy asustado

__ Pero, ¿por qué teme usted tanto a sus propias palabras?

__ Porque no me parecen de fiar. Porque yo no soy de fiar cuando hablo. Usted  lo sabe: llevo años inventado emociones para llorar; yo mismo creo  las pasiones para apropiarme, después,de pieles, partituras, párrafos, cuadros, paisajes. No he parado de hablar, de escribir... y ahora me muero de miedo con las palabras; cuando vengo aquí, siento como si alguien les hubiera quitado el seguro y pudieran explotarme dentro. Créame, hay palabras que me dejan en la boca el sabor de una bomba.

Así era. El hombre soberbio, de traje y el chaleco, tardó bastante tiempo en comenzar  a reconciliarse  con las palabras. Aquellas palabras inocentes, compañeras de todos los días, buenas amigas de muchos años, que en el diván se daban la vuelta y se lo llevaban todo por delante. Ese fue su primer trabajo: reconocer las palabras, y, después, ponerle nombre a los sentimientos.

(Veinte años más tarde, una mujer habría de escribirle: "me fío más de tus palabras cuando saben a ginebra". Y, al leerlo, el tipo -que ya no usa traje oscuro ni chaleco- estuvo a punto de llorar sin motivo, como en los primeros tiempos de su psicoanálisis).

Sulle.

2 comentarios:

  1. Me gusta mucho esa imagen de palabras como bombas. De hecho, las palabras participan en todas las guerras, aunque no las controlan.
    No sé tú, pero yo con palabras borrachas cometí tantos atropellos que tuve que someter las que me quedaban a un régimen estricto. Ya no les dejo frecuentar las tabernas ni viajar a Andalucía, prefiero tragármelas antes que permitirles dudosos destinos. Y eso tampoco es bueno, porque las palabras, como bombas, se reproducen sin cesar en el interior y amenazan con superpoblar el propio mundo y arrasarlo.

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  2. Sí, yo creo haber cometido muchos atropellos con las palabras, pero también es cierto que ellas se han cobrado su buen precio.

    El texto del mensaje sobre las palabras está entresacado de las notas que tomaba durante mis primeros años de análisis.

    Palabras con las que yo trataba familiarmente a diario, se convertían en algo monstruoso cuando las pronunciaba en aquel maldito despacho de mi loquera. Y comencé a ir con miedo, y a pasar mucho tiempo en silencio.

    No; tampoco me parece buena idea dejarlas a su libre albedrío en nuestro interior. Pero sobre todo ello no tengo opiniones muy claras, y cuánto más viejo me hago menos comprendo las cosas.

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